Me lo dijo un pajarito...
Ésta será mi nueva página de temas diversos de que salen de mi cabeza a veces con sentido y a veces consentido...
Friday, March 16, 2012
Britney, el almacén de espermatozoides
Hace un par de años salí de vacaciones y le encargué a Ana Laura mi cucaracha de Madagascar llamada “Britney”. La singular cucaracha llevaba conmigo cerca de siete meses en los cuales puedo asegurar que no salía de juerga por las noches. Un buen día en mi ausencia, Ana Laura metió la mano para alimentar a Britney con su habitual pedazo de manzana, cuál fue la sorpresa que se le treparon cerca de cincuenta diminutas cucarachitas recién nacidas. Nos parecía increíble que Britney aparte de silbar con sus espiráculos hubiera tenido la capacidad de embarazarse en la soledad de su cajita de mascotas.
Resulta que algunos organismos al encontrarse en ambientes adversos tienen la capacidad de guardar los espermatozoides para fecundarse y dar a luz en el momento que consideren más óptimas las condiciones ambientales. De hecho esta estrategia evolutiva puede alcanzarse por medio de dos estrategias. En la primera se almacenan los espermatozoides antes de la fecundación y en la segunda lo que sucede es que el embrión ya fecundado se guarda sin implantarse en un estado como de animación suspendida.
Quizá el grupo animal en el cual es más común al almacenamiento de espermatozoides es el de los insectos. La espermateca es el almacén que les permite a los insectos administrar los espermatozoides y fertilizar sus huevos por varios años.
Al parecer los animales solitarios que no forman lazos permanentes con su pareja utilizan estas estrategias almacenadoras. Los reptiles han mostrado impresionantes records de tiempo de almacenamiento. Algunas serpientes pueden almacenar espermatozoides hasta por tres años. Una hembra de de serpiente tiburón de Java produjo huevos fértiles luego de siete años de ser capturada. En estos casos con reptiles cabe la posibilidad de la partenogénesis, es decir que se reproduzcan sin sexo, de hecho el último caso polémico fue una dragona de Komodo que puso huevos fértiles luego de dos años de estar sola en el zoológico de Londres.
Un ejemplo en las aves son los albatros los cuales atraviesan el mundo en solitario hasta encontrar el sitio perfecto para poner y criar su pollo después de siete meses. En los mamíferos el almacenamiento de los espermatozoides se limita a unos pocos días, sin embargo; la implantación retardada es usada por los murciélagos que pueden detener el proceso por hasta 225 días mientras hibernan, esperando la estación cálidas del año. Una consecuencia ventajosa de este proceso es que las hembras tienen la capacidad de cambiar de opinión y volver a seleccionar al padre de sus crías. Desgraciadamente para los mamíferos los espermatozoides tienen una vida muy corta por lo que la mayoría sobreviven sólo 48 horas, sin embargo el tiempo máximo de almacenamiento registrado es de cinco días.
Es muy posible que nuestros hábitos solitarios lleven a las hembras humanas a tener la capacidad evolutiva de almacenar espermatozoides y poder seleccionar al macho más adecuado para producir a su hijo. Desgraciadamente dudo que alcancemos a sobrevivir para ver esos fantásticos procesos evolutivos. Por ahora nos tendremos que conformar con saber que aquel buen día Britney la cucaracha dio a luz a cincuenta crías, de quizá los mejores cincuenta machos de su población, utilizando esta fantástica capacidad reproductiva que sin duda mejoraría la prole de este mundo plagado de humanos.
16 de marzo del 2012
Tuesday, February 21, 2012
Campeche, pueblo chico infierno grande
Mientras el mundo se congela y muere de frío, aquí en la capital del Pan de Cazón-Campeche, el termómetro marca 34°C en pleno invierno. Desde que llegue me sorprendió la escasa gente que anda por las calles, el centro tan colorido bien podría ser un set de alguna película hollywoodense, de esas donde sacan alguna fiesta latina con banderolas, piñata y música. La ausencia de vida en las calles en realidad es consecuencia del calor vespertino que determina la vida cuasi soporífera de los campechanos.
Caminar por las calles de Campeche es acción remitida solamente a los turistas que no tienen más que deambular con pañuelo en mano y sombrero en cabeza, para intentar descubrir algún interesante lugar de esta tranquila ciudad. Los cuerpos obesos de los campechanos son evidencia de la vida sésil que se columpia en una habitación en penumbra. Comer y dormir, comer y dormir, el calor determina las horas que deben estar en casa escondidos del sol, y el hambre determina el momento en que es tiempo de salir a buscar una marquesita, un hotdog o unos panuchos.
Las frutas y verduras son de otro planeta, en este sólo existe el frijol, el arroz y la cebolla morada. Conseguir un jugo de naranja es un reto, pero en cualquier tiendita puedes conseguir la colección completa de la coca cola en todas sus presentaciones. El lunes es día del frijól con puerco y el viernes... también.
El transporte como toda pequeña ciudad es una pesadilla, hay que esperar hasta media hora bajo el sol el camión que te llevará aquí a dos kilómetros, poca distancia en metros pero grande en sudor e insolación. Los taxis son una plaga en la mayoría de las ciudades, sin embargo en esta es más fácil regresar caminando antes de tomar uno vacío.
Hoy es día libre porque es martes de Carnaval. Buen día para ir a una alberca y hacer burbujas bajo agua fresca, pensé. Botana lista, libro listo, traje de baño listo. Luego de intentar pedir un taxi sin éxito salgo a intentar agarrar uno a la calle. Me resguardo bajo la poca sombra del medio día, espero, pasa uno que otro auto rompiendo las celdas de calor, media hora, no pasa ni un taxi ni el camión. Al parecer el día libre incluye a todos excepto al calor que sigue irradiando. Porqué no ponemos celdas solares en todas las azoteas de la Península de Yucatán, me pregunto.
Finalmente ante el fracaso de intentar salir a refrescarme, estoy más derretido y fundido que un chocolate olvidado en el tablero de un auto negro. Decido finalmente regresar a casa, a mi pedacito de cielo, donde mi dios de 1000 watts me mantendrá alejado de este infierno grande. Estaré guardado inmóvil hasta que el señor sol decida que de nuevo es hora de que la vida salga por cada puerta de este pueblo chico infierno grande.
Thursday, January 19, 2012
Carta al posgrado en Ciencias Biológicas
Taxco, Guerrero a 19 de enero del 2012
Dra. María del Coro Arizmendi
Dirección de Posgrado en Ciencias Biológicas
PRESENTE
Por este medio queremos hacer llegar algunas observaciones y recomendaciones acerca del Curso de Inglés de escritura científica que ofreció el posgrado en Taxco, Guerrero. Antes que nada agradecemos la oportunidad de haber asistido al curso, el cual ha sido muy bueno y útil para nuestros procesos formativos como investigadores. De hecho pensamos que este curso debieran cursarlo todos los estudiantes e investigadores del Posgrado en Ciencias Biológicas.
Por otra parte, queremos sugerir las siguientes recomendaciones al Posgrado en Ciencias Biológicas, para que se mejoren los procesos administrativos y logísticos que involucran estás actividades:
1. Unificar las instrucciones para los comprobantes fiscales. Durante el curso nos dimos cuenta que tenemos tres diferentes datos de RFC y/o direcciones indicados el posgrado, por lo que no sabemos si tendremos problemas al comprobar nuestros gastos.
2. Tener cuidado al enviar datos vía correo electrónico. Dos compañeros del curso se quedaron sin seguro por depositar la cantidad errónea que se indico pagar. Además no será fácil recuperarles su dinero erróneamente depositado. Sugerimos elaborar para posteriores actividades, un instructivo único para que no haya dudas ni problemas.
3. Considerar que hay alumnos que vienen de instituciones fuera de la Ciudad de México. Se debería considerar cubrir los gastos del transporte desde sus sitios de estudio (ej. CIECO, Morelia).
4. Coordinar entre sí a todos los alumnos asistentes. Si hubiéramos sabido quiénes asistiríamos al curso hubiera sido más sencillo organizarnos para viajar y hospedarnos juntos. De esta manera hubiéramos ahorrado muchos recursos. De hecho todos suponíamos que el posgrado organizaría un autobús y nos enviarían a un mismo lugar a hospedarnos juntos.
5. La experiencia de tomar el curso en el Centro de Estudios Para Extranjeros (CEPE)-Taxco ha sido muy gratificante, sin embargo por el tipo de curso intensivo, pensamos que sería más adecuado un sitio de estudio donde se tenga la posibilidad de hospedaje y alimentación.
Reiteramos el agradecimiento por haber ofrecido el curso, esperamos que se sigan apoyando este tipo de experiencias que enriquecen mucho nuestra formación. Reciban saludos de parte de todos los estudiantes asistentes.
Atentamente
Avila Valle Zamira, Blancas Vázquez José Juan, Díaz de la Vega Anibal, Guillén Rodríguez Susana, Ibarra Alvarado Carlos Enrique, Jujnovsky Orlandini Julieta, Martínez Peralta Concepción, Ortega Olivares Myrza, Perdomo Velázquez Héctor, Queijeiro Bolaños Mónica, Rojas Saavedra Karla, Salinas Jazmín Nohemí,
c.c.p CP María de Jesús Márquez Salazar
Sunday, December 11, 2011
Plátanos aplastados y cerillos de supermercado
Luego de pasar casí una hora escogiendo nuestras cosas del super para toda las semana, paga uno y se topa con esos personajes llamados "cerillos". Al parecer el apodo les viene por un gorrito rojo con que se les uniformaba hace un tiempo, también hay quien dice que es porque se encienden cuando uno no les da propina. La neta es que los cerillos hacen una chamba necesaria pero muchas veces nos prenden por su ineficiente trabajo.
La verdad es que quizá ser cerillo es la forma más aceptada de explotación infantil. Los supermercados no tienen ninguna responsabilidad con los niños de 15 o 17 años, no les pagan un solo peso pero sí se les exigen horarios que a veces exceden 6 horas de pie cargando cosas muy pesadas y hasta los obligan a comprar sus uniformes.
La Organización Munidal del Trabajo calcula que 3.5 millones de niños mexicanos trabajan en México para llevar un dinero extra a sus hogares. Se calcula que un cerillo gana al mes $2,100 pesos al mes, lo que en ocasiones es superior que trabajos para adultos. Recientemente en algunos supermercados se les ha dado la oportunidad a adultos de la tercera edad que hacen el trabajo de empacar nuestros productos.
En lo personal me parecería una buena fuente de trabajo para los niños si es que siguen estudiando y si se les dieran prestaciones legales y no se les cargara la mano en los supermercados. Mejor aún me parece que se les dé ese trabajo a los adultos que así pueden obtener un dinerito extra y además sentirse útiles. Núnca se me ha dado la ocasión de trabajar de cerillo pero quizá puede ser hasta divertido ver qué tantas cosas compra la gente.
Sea o no legal, como consumidor exijo que se instruya a los cerillos en cómo guardar las cosas en las bolsas. La verdad es que pocas veces llego contento a mi casa luego del super. Siempre hay un pan bimbo apastado por una papaya, un huevo roto porque le pusieron un galón de jugo encima, o mis plátanos estan aplastados porque un kilo de papas las hicieron pure. Por favor señor Walmart o don Julio Regalado; instruyan, enseñen y capaciten a sus cerillos para que traten con respeto al cliente, para que empaquen las cosas correctamente y para que sonrian amablemente. Pequeñas mejoras van cambiando las cosas, seguramente la próxima vez que vaya al super, si no me aplastan los huevos le daré más propina al cerillo, sin embargo está vez mi cerillo aplastó mis plátanos y eso sí que me dejó bien encendido. Mejoremos todos y seamos responsables, comencemos por las cosas pequeñas aunque sea un "cerillo".
Saturday, December 10, 2011
"Puchuquei" o Chapultepec, nuestro Central Park chilango
"Vamos a Puchiquei" le balbuceaba a a mi papá cuando tenia mi pelo de príncipe valiente. Recuerdo varias fiestas infantiles en el bosque de Chapultepec. Globos colgados con lasos de un árbol a otro, una mesa llena de comida y un gran pastel de merengue con forma de cancha de fútbol, los amigos y familiares cantando las mañanitas, los platos donde se embarraba asquerosamente la gelatina con el pastel, las deliciosas chaparritas de naranja, y algún payaso sangrón que se contrataba de cumpleaños en cumpleaños. Así recuerdo mis primeras veces en Chapultepec.
Friday, November 18, 2011
Migrando a la escuela
Hace una semana le ofrecí la plática de Zoonidos a mi amiga Libertad que es maestra en el Colegio Williams, pero me pidió que en vez de esa le preparará una acerca de migraciones animales que era la unidad que estaban viendo sus alumnos. Acepté gustoso, siempre con el reto de aprender algo nuevo en el proceso de preparar la plática.
Tuesday, October 25, 2011
El cielo y el infierno en una misma isla del Caribe
El pánico se desencadenaba en las calles de la isla Cozumel, como en aquellas películas de Godzilla cuando éste caminaba destruyendo edificios de cartón a su paso. Era la mañana del 18 de octubre del 2005 y lo inevitable estaba por suceder.
23 horas antes pensé que no quería repetir el tormento de vivir de nuevo la terrible experiencia de vivir un huracán. Acudí temprano con mis compañeros de trabajo a la oficina de Mexicana de aviación y conseguimos luego de una larga espera, los últimos boletos para salir de la isla. La posibilidad de alejarse por tierra ya no existía desde aquella mañana, pues el ferry había dejado de dar servicio para alejarse a puerto seguro. En ese momento había que esperar 24 horas y rezarle a alguien para que saliera nuestro avión o el huracán cambiara de dirección. Lo último me parecía casi imposible por el enorme tamaño del meteoro en las imágenes satelitales. Recuerdo que un taxista me dijo “se va a desviar esa Wilma para el norte, siempre pasa, no se preocupe, dos huracanes en la misma temporada es imposible”.
Había que estar preparados, así que fuimos de compras al único super que había, por si teníamos que quedarnos en la isla durante el huracán. Parecía que venían tiempos de guerra; anaqueles vacios y filas largas de carritos llenos de latas, botellas de agua y veladoras eran el escenario en el que cientos de cozumeleños corrían en busca de algo con que sobrevivir.
Desde Emily me impresionó que pocas horas antes de la llegada de un huracán el clima es perfecto; cielo despejado, sol intenso y una escalofriante tranquilidad, pues el huracán está concentrando el agua y viento para soltarlos con fuerza de repente. Pocas horas antes de aquel otro huracán anterior, recuerdo haber estado nadando durante la espera ya en el toque de queda. Mi mamá muy asustada que me hablaba desde la Ciudad de México no podía creer que siguiera asoleándome en una alberca muy campante.
Por la noche el pronóstico de las noticias era que Wilma era ya el huracán más grande y poderoso de la historia del Atlántico. El taxista se había equivocado. La imagen del televisor mostraba un mapa con la posible trayectoria, la línea roja atravesaba nuestra diminuta isla justo por encima.
Aquella noche casi no pude dormir, el recuerdo de aquellas horas de angustia durante Emily me daban vueltas en la cabeza. En aquel otro, mi primer huracán, terminé encerrado en un diminuto baño con otros dos compañeros abrazados a un garrafón de agua. Las paredes de lo que en ese entonces se llamaba “Hotel Days Inn” se cimbraban con la terrible fuerza del viento.
Amaneció aquel 18 de octubre del año 2005 y aún no era seguro que despegara aquel avión hacía la Ciudad de México, donde supuestamente me iría. Lo tomaríamos, o nos quedábamos con los casi 60,000 cozumeleños que no tenían más que quedarse a cuidar de sus familias y bienes.
Nos habían pedido que llamáramos al aeropuerto para ver si saldría nuestro vuelo. Decenas de llamadas sin respuesta aumentaban nuestra angustia. No recuerdo haber desayunado siquiera aquella mañana. Tomamos algunas pertenencias y con boleto en mano fuimos hasta el aeropuerto. Al cruzar la ciudad el miedo se podía ver en las caras de la gente y en la gran velocidad de las motocicletas. Filas interminables salían del interior de ferreterías y madererías. Motocicletas y triciclos que transportaban paneles de madera, apenas se reflejaban en los pocos espacios que dejaba la cinta canela en los cristales de las casas de San Miguel de Cozumel.
Al llegar al aeropuerto ya había decenas de norteamericanos angustiados y desorientados al descubrirse sin vuelos y sin saber en donde resguardarse. Mi boleto de avión era seguramente el objeto más valioso en la isla en ese momento. Varios turistas ofrecieron lo que fuera por comprarlo, mi reacción fue instantáneamente agarrarlo más fuerte. El ya solitario interior de la terminal aérea era preocupante, sin embargo una sola hilera de personas estaban ansiosas por documentar. Una voz fuerte se escuchó desde el mostrador, “el avión llegará una hora antes y esperamos que sí pueda salir, pero ya no se vayan o pueden perder su lugar”.
No llevábamos maletas pero sí sobrepeso en angustia y nervios por ya querer sentirnos seguros. Una hora más tarde el avión de Mexicana era el único sobre la solitaria pista del aeropuerto. Increíblemente un grupo de unas diez personas descendió del avión, “qué no vieron las noticias!”, me pregunté. En pocos minutos estábamos sentados en el avión que ya se tambaleaba por el viento. Eran las 11:30 de la mañana y al fin parecía que pronto estaríamos escapando seguros. Por la ventanilla miraba como el viento ya doblaba algunas ramas de árboles, el cielo gris eclipsaba a un sol que no saldría en tres días más. Siete minutos detenidos en el extremo poniente de la pista fueron una eternidad para casi 100 pasajeros que estábamos ansiosos por despegar. Después de silencio, rezos y gotas de sudor en la frente el piloto anunció el despegue. El sonido ensordecedor de las turbinas, por primera vez en mi vida me tranquilizaba un poco.
Al despegar pude ver por la ventanilla aves volando a la par del avión intentando encontrar refugio también. Las últimas personas salieron del aeropuerto y la puerta por la que habíamos salido de la sala, estaba ya cubierta con una enorme hoja de triplay. Cozumel se empequeñecía ante mis ojos y se quedaba más aislada que nunca. El avión dio una vuelta sobre la isla, abajo los 60,000 que se quedaban, una selva hermosa, aves y mamíferos endémicos, el segundo arrecife más grande del mundo, el mar turquesa y kilómetros de playas de arena blanca. A 40 pies de altura, la isla se veía tan bella y a la vez tan frágil como una maqueta de papel.
Es difícil describir mis sentimientos de aquel momento, la tranquilidad volvía a mí, pero una tristeza enorme invadía mi corazón, aquella hermosa isla que vieron mis ojos, fue con seguridad el último vistazo de lo que sería destruido en algunas horas. El avión se inclinaba hacia el cielo y Cozumel se hacía más pequeño en la ventanilla, fue inevitable ocultar las lágrimas que salieron de mis ojos. Paradójicamente me estaba yendo, pero mi corazón se quedó en la selva de Cozumel donde se estremeció durante tres días que duró la destrucción del huracán Wilma.
Meses después regresé y platiqué en Cozumel esta historia a un anciano el cual luego de sobrevivir decenas de huracanes durante su vida en la isla me dijo, “este es el precio de vivir en el paraíso”. Hoy nuestro querido Cozumel se recupera una vez más, para ser un pedazo del cielo en la tierra.
Cozumel, Quintana Roo
7 de marzo del 2007
Mis buenos deseos para mis amigos en Cozumel, si pudieron con Emily y Wilma podrán con Rina esta vez. Por favor no olviden guardar a todo los animales de la selva en sus casas.
Morelia, Michacán
25 de octubre de 2011